No problem, donguori. Cambio de aires
Al llegar a la estación de Erzurum resulta que la ciudad está a un poco más de diez kilómetros pero: no problem, donguori, cada compañía tiene sus propios minibuses que te llevan hasta la ciudad aunque de nada nos sirven con nuestras bicicletas y todo nuestro equipaje.
Montamos todo en las bicicletas ante la atenta y nada disimulada mirada de todas las personas que están en los andenes y nos lanzamos a pedalear, con un par de grados bajo cero, hasta llegar a la ciudad. Fácilmente llegamos al lugar donde hemos quedado con Erol, nuestro anfitrión de CS y: no problem, donguori. Desde allí empujamos las bicicletas a lo largo de casi cuatro kilómetros hasta su casa por la carretera ya que las aceras son impracticables con más de un palmo de nieve caída durante los últimos días. Rara vez despejan la nieve de la carretera; menos aún de las aceras.
Al llegar nos esperaba su novia Fatma con un típico desayuno turco con quesos, embutidos, aceitunas, tomate, pepino, mermeladas y un par de litros de té por cabeza que agradecemos y devoramos después de una noche de autobús. Pasamos un par de días estupendos saboreando los platos que prepara Fatma e incluso Kasia cocina algo pero aunque lo comen se ve en sus caras que, en el fondo, no les gusta. Los dos son estudiantes que vienen de pequeñas ciudades del interior y solo comen lo que conocen; ni siquiera una «mundialmente conocida» lasaña boloñesa les convence.
El tercer día salimos de la ciudad para hacer autostop y llegar a Doğubeyazıt y desde allí a la frontera con Irán. Durante una hora paramos varios camiones, tanto turcos como iraníes, dispuestos a llevarnos pero o no hay sitio para las bicicletas o directamente están precintados. Incluso para una pareja de alemanes en un viejo 4×4 que van hacia Irán pero, como siempre, resulta imposible llevar las bicicletas en su ya cargadísimo coche. Fue la gota que colmó el vaso para Kasia.
Retrocedimos los quince kilómetros que habíamos hecho y volvimos a casa de Fatma y Erol y retomamos la conversación que ya habíamos tenido varias veces sobre las bicicletas. Afortunada o desafortunadamente tomamos la difícil decisión de dejar las bicicletas ya que las cosas positivas que nos aporta viajar en ellas pesan menos que las negativas. Para nosotros montar en bicicleta no es como respirar, necesitamos que el camino sea bonito para poder disfrutarlo y cuando no es así tenemos que coger algún medio de transporte y yo no tengo paciencia para aguantar como nos tratan en ellos y ver como tratan las bicicletas, a golpes. Además cuando llegamos a un lugar que queremos visitar tranquilamente nos resulta imposible hacerlo con unas bicicletas enormes que pesan más de cuarenta kilos cada una; por no hablar de movernos por la ciudad o buscar una simple cafetería donde dejar las bicicletas y en la que esperar hasta la hora en la que hemos quedado con alguno de nuestros anfitriones. Yo llegué a esta conclusión hace tiempo pero seguí adelante por Kasia pero todo tiene un límite. Nuestras queridas, si queridas, bicicletas nos esperarán en Varsovia para hacer algún viaje por Polonia o, quizás, Escandinavia porque resignamos de ellas no porque no nos gusten como medio de transporte para un viaje sino para este viaje que hacemos ahora. Aunque algunos piensen que es duro físicamente (y lo es) no es por eso, realmente cualquier persona podría hacerlo, sin prisas y a su ritmo. Cada persona tiene su forma de viajar y, en este momento, nuestra opinión es que las bicicletas nos cierran muchas puertas que nos gustaría cruzar. No sentimos todo esto como una derrota, es un cambio que ya nos planteábamos antes de empezar por si descubríamos que viajar a golpe de pedal no era lo nuestro. Y al que no le guste nuestra decisión: ajo y agua.
Emprendimos la búsqueda de la manera más fácil de mandarlas a Polonia, horas más tarde buscamos, simplemente, alguna manera de hacerlo. Es más barato volar con ellas a Varsovia que enviarlas. Fue toda una aventura comparada con Homero, Ulises y Crusoe juntos: Estamos en una ciudad universitaria y acaba de terminar la época de exámenes por lo tanto media ciudad se va en autobús y teniendo en cuenta que nos ponen infinidad de problemas con las bicicletas cuando van casi vacíos resultaría imposible ahora que van hasta arriba; en tren queda descartado primero por la misma razón que el autobús y segundo por que la estación a la que llega en Estambul queda a unos sesenta kilómetros del aeropuerto. Nos queda el avión pero hay que llegar hasta el aeropuerto con más de ochenta kilos de equipaje y no hay forma de reservar un taxi grande pero nuestros amigos turcos nos dicen que se puede coger un minibús hasta el centro y desde allí otro hasta el aeropuerto aunque nosotros preguntamos extrañados qué hacemos con las bicicletas su respuesta es, como siempre, la invariable: no problem, donguori.
Al cabo de dos largos días, agotadores tanto sicológica como físicamente logramos organizar nuestra escapada del agujero negro que es Erzurum. Sólo requiere mucho tiempo y un montón de detalles que no dependen de nosotros. Nuestro anfitrión Erol nos conseguirá (no problem, donguori) un taxi que nos llevará al aeropuerto de Erzurum a mediodía donde esperaremos hasta las once de la noche el avión que nos llevará a Estambul donde pasaremos treinta horas (cancelan muchos vuelos desde Erzurum y no nos atrevemos a hacerlo en el mismo día) para volar a Kiev donde pasaremos otras siete horas antes de salir hacia Varsovia.
Afortunadamente todo salió bien. Erol nos consiguió un taxi grande que nos llevó al aeropuerto donde esperamos las once horas, pagamos por el exceso de equipaje, embarcamos y esperamos una hora y media más por una avería rodeados de familias escandalosas y numerosas que regresaban de sus vacaciones de esquí. Dormimos en el aeropuerto de Estambul y, sorpresa, Marco que ahora está en Estambul llegó con el desayuno, me fui con él a su pequeño estudio alquilado donde dejamos las cosas que necesitaremos mientras Kasia esperaba en el aeropuerto con el resto del equipaje y las bicicletas empaquetadas. Marco aún volvió conmigo al aeropuerto e hizo que la larga espera fuera más amena hasta la noche. Kasia durmió y yo lo intenté hasta que vino la policía a despertarnos y pedirnos los pasaportes (dentro del aeropuerto) para asegurarse de que no somos indigentes o terroristas aunque al resto de personas que estaban durmiendo no les molestaron en absoluto. Nos levantamos a las tres y media para facturar y aunque parezca increíble nos dejaron dormir las dos horas del trayecto hasta Kiev. Desayunamos, esperamos, nos aburrimos, esperamos, leímos, esperamos, embarcamos y llegamos a Varsovia y sólo después de 52 horas de nada. El mundo es un pañuelo…
Pasaremos unos días en Varsovia y volaremos a Estambul donde nos esperan nuestras cosas en casa de Marco. Pasaremos tres días con él y con nuestros amigos en la ciudad y el lunes ocho de febrero volaremos a Georgia donde continuaremos con nuestro viaje haciendo autostop siempre que nos sea posible. Una puerta se abre y una nueva etapa comienza…
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Víctor
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